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| Conchita Piccitto explica a turistas los horrores de la guerra / Judit Julià |
Para algunos era una idealista de los pies a la cabeza. Para otros, esta última la había perdido hacía tiempo y ahora Concepción Picciotto solo era una enferma con ideas disparatadas. Acampar durante casi 35 años frente a la Casa Blanca para protestar contra la proliferación de las armas nucleares puede parecer una locura, es verdad. También es razonable creer que uno no puede estar muy cuerdo para decidir pasar en la calle los gélidos inviernos y los sofocantes veranos de Washington. Tal vez eso pensaban los cinco presidentes de Estados Unidos que Conchita vio desfilar por el Despacho Oval –Ronald Reagan, George Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama-, y que estando tan cerca de ella nunca se acercaron a saludarla. A Concepción, Conchita, Connie…, eso sí, la saludaban cada día muchos turistas y curiosos que al visitar la Casa Blanca se sentían atraídos por esa estrafalaria mujer y su carpa llena de fotografías y carteles que llamaban a la paz en el mundo.
Conchita era gallega, una mujer menuda de unos 80 años que siempre llevaba un casco cubierto por una peluca y un pañuelo para protegerse de las supuestas ondas electromagnéticas que le mandaba la Casa Blanca. Conchita era esa mujer extravagante, y también aquella que siempre estaba dispuesta a hablar con quien quisiera escuchar sus mensajes en contra de la guerra. Y aquella que aguantaba todos los días y muchas noches, nevara o cayera un sol de justicia, sentada en un pequeño taburete, pues si se tumbaba corría el riesgo de que la expulsaran. Por el mismo miedo a que le desmantelaran su especie de tienda de campaña construida con una sombrilla recubierta de plásticos, Conchita sólo abandonaba su tenderete para acicalarse e ir al baño. Conchita era, ante todo, una mujer entregada a una buena causa. Una enferma luchadora o una luchadora enferma, que falleció la madrugada de este lunes en un centro de mujeres sin hogar y que ha sido protagonista de la vigilia pacifista más larga de la historia de Estados Unidos.
Mireia Julià
